jueves, 26 de mayo de 2011

LO QUE NO DEBERÍAS SABER DE MÍ. LO QUE NO TENDRÍA QUE CONTARTE

Es en estas madrugadas en las que entablo una lucha desigual con el insomnio, sentado ante la pantalla del ordenador, cuando pienso en la pregunta que me hiciste y cuando me entran ganas de contestarte –quizá porque no estás frente a mí-, aunque sabes que no me gusta hablar de mí  y que ya sabes casi todo de mí. Así que no sé qué más quieres que te cuente.

Ya debes de haberte dado cuenta que soy tan mezquino como el ser humano más mezquino, pero, aún así, siempre estoy dispuesto a dar un abrazo protector a quien lo necesite aunque el que verdaderamente necesite ser consolado y protegido sea yo. Sabes que, en el fondo, tengo buen corazón. Que en noches como esta me apetece estar solo y que nadie vea que yo también lloro. Que enseguida me ablando. Que soy papel de fumar con quien debería haber sido de acero y al contrario.

No me gusta hablar de mí. Si tuviera que pintarme sería un diminuto punto negro sobre fondo negro. Ya sabes que siempre paso desapercibido. Que no dejo rastro en nadie, como tampoco lo dejaré en ti. Dejará más huella en vosotros una brisa ligera de un amanecer de primavera que todas las horas que hayamos pasado juntos. No pienses que no. A ti te pasará lo mismo.

No me hace bien hablar de mí, en noches como ésta sé que me conformo sólo con respirar. A veces trato de recordar la última vez que alguien me amó de verdad, sinceramente, pero llego a la conclusión de que ese alguien sólo existió dentro de mí.

Yo no deseo hablar de mí, pero he llegado a la conclusión de que estos últimos años he estado viviendo mi vida sin mí, protegiéndome de miedos y traumas quizás irracionales, pero eran mis miedos y mis traumas. He estado tan escondido de mí que me horroriza quitarme la barba y que el que me mira desde el espejo me pregunte dónde está el que era yo. Y ya no tengo esa respuesta.

No me gusta hablar de mí. Del pánico que tengo a los múltiplos perfectos de dos, sobre todo al treinta y dos. Ni de mi falta de valor como aquella vez que bajando Puerto Mínguez hundí el pie en el acelerador esperando que fallaran los frenos y el coche se despeñara y todo acabara por fin. Nunca lamentaré bastante mi cobardía.

No sé hablar de mí. Pero si hablo de ti, de nosotros, acaso entendieras todo algo más. Yo vine aquí buscándote. Te di mil copias de las llaves de las puertas que daban acceso a mí y, acto seguido, cambiaba las cerraduras, hasta que decidí blindarme y fundir la única llave que había para quedarme encerrado para siempre.

No tendría que hablar de mí, que decirte todo esto. Que envidio a los charcos porque un día fueron parte de alguno de los mares que han tocado tu cuerpo. Que cuando pienso en ti aparece un atisbo de ilusión en mis ojos y río; río como hace tiempo que no lo hago porque tú has sido causante de los únicos momentos que han merecido la pena en estos últimos años. Que mi bandera es del color de tu ropa interior. Que mi himno son tu voz y tu risa. Que mis límites son tus caderas. Que las únicas montañas que quiero escalar están en tu cuerpo. Por eso comprendo rápidamente la razón por la que quiero marcharme y por qué antes de irme ya estoy deseando volver.

No debería hablar de mí, reconocer que rechacé todas las oportunidades que me ofreciste, porque volvían a aparecer mis miedos entre llamadas inoportunas a deshoras y citaciones judiciales, y corría a sepultarme en litros de alcohol para que nada sucediera entre nosotros, arruinando noches que podrían haber sido perfectas. Y no hay nada que haya deseado más en todo este tiempo, que fuera tu azul lo último que viera al cerrar mis ojos y tu melena despeinada lo primero al despertarme. Que me dedico a escribirte las mejores palabras de las que soy capaz pero no tengo coraje para decírtelas. Ahora sé, cuando estoy preparando mi última huida, que podríamos haber sido felices de haber cerrado yo la puerta a todo eso y tú haber tenido un candado. Pero siempre he sabido que no merezco la pena. Que a mi lado caminan la mala suerte y el dolor. Que no soy recomendable como compañía. Que cuanto más quiero a alguien más daño soy capaz de infligirle. Y a ti te quiero sin medida. Te quiero de mil maneras distintas. En MAYÚSCULA, en minúscula, en negrita, en cursiva, te quiero con avaricia, te quiero con avaricia, te quiero con pudor, te quiero con desvergüenza, te quiero sin descanso, hasta quedarme sin aliento…
No me gusta hablar de mí, ni de ti. Pero antes de separarnos para siempre, quiero que sepas que tú volviste a hacer brotar en mí sentimientos que creía imposible recuperar, que ayudaste a que volviera a renacer mi sonrisa, que fuiste la causa de que el vértigo volviera a aparecer en mi estómago según se acercaba la hora de verte.

No quiero volver a hablar de mí. Ahora que siento que estoy casi completo, sé lo malo que va a ser volver a reencontrarme con el vacío que me va a causar la distancia que voy a poner entre nosotros, que nada ni nadie podrá llenar nunca.

Nunca he sabido hablar de mí. Nunca he hablado de mí. Nunca más voy a volver a hacerlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario