martes, 16 de agosto de 2011

MADRID. CUATRO DÍAS, TRES NOCHES. 5 EL ÚLTIMO ADIÓS

Amanece con Madrid empapando las sábanas. Hace tantos años, más de diez, que no amanezco con alguien a mi lado que por un momento creo haber vencido mi miedo irracional a compartir noches y espacios cerrados a solas con una mujer, al ver mi reflejo en tu espalda. Me imagino cómo será verlo en la suya. Es más amable la visión. Y este pensamiento no me hace sentir mal. Te das media vuelta y despiertas. Sonríes. ¿Por qué tienes que sonreír al despertar?
Voy al baño. Tú, detrás de mí. Me miro al espejo. Me abrazas. Pero siento que son sus manos las que dibujan ochos en mi pecho. Beso su hombro pero es el tuyo. Veo su rostro en el espejo. No es el tuyo. Es el suyo. El que querría ver todas las mañanas. Tú lo sabes. Me lo dices con los ojos al mirar el espejo. Parece no importarte.
Pago la cuenta. Deseamos que hayan disfrutado de su estancia. ¿Me acompañas? Atravesamos Atocha. Esta vez para irme para siempre. Corremos cogidos de la mano. Me doy cuenta de que, como casi siempre, no he comprado regalos para nadie. Hago una compra apresurada en una de las tiendas de la estación. Objetos bizarros y de lo más kitsch. Regalos que no van a gustar a nadie. Hubiera querido comprar otras cosas más acorde con sus gustos, pero esta manía de dejarlo todo para última hora… Aún nos queda tiempo para tomarnos un café, sin hablar, en la estación. Es cuando me doy cuenta de que sabes que no voy a volver. Siempre me dijiste que decía más con mis silencios que cuando hablaba. Es una suerte que no fumemos, dices.
En el arco, dos besos en las mejillas. Recojo la maleta. Vuelvo la cabeza. Sigues ahí, tan tú. ¿Qué nos faltó? Te digo adiós con la mano.
Nunca la pierdas, gritas.

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