domingo, 24 de julio de 2011

DECIR ADIÓS

Siempre he pensado que lo primero que deberíamos aprender en la vida es a decir adiós. Aprender a despedirnos de nuestros muertos, pero, sobre todo, de los vivos, de la manera menos dolorosa posible. Nadie te enseña a hacerlo. Cada uno lo vamos aprendiendo con el tiempo. A nuestra manera. Con la práctica. Las primeras veces lo solemos hacer de manera brusca. Con los años vamos suavizando la manera de hacerlo. Lo peor de todo es si le importamos a aquel del que nos despedimos. Pero en mi caso no es así. Ya lo he dicho alguna vez, yo no dejo huella ni ningún rastro en nadie, -y si lo he dejado tengo la impresión de que no es demasiado bueno el recuerdo que guardan de mí-, por lo que en mi caso siempre es muy fácil. Después de tantas despedidas, he llegado a la conclusión de que la mejor época para despedirse siempre es el comienzo de las vacaciones. No hay más que decir: “He venido a despedirme y a desearte que pases unas buenas vacaciones.” Que el adiós vaya envuelto en buenos deseos. Y no volver a aparecer. Pero que nunca nadie sospeche que parece una huida.

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