Hay días en los que todo huele a despedida.
Días de esos en los que uno cree ver señales en todo lo que le rodea, que le
indican que está llegando el final. Días en los que ni siquiera es picado por
la mosca negra, haciéndole sentir que está aún más muerto por dentro de lo que
se siente por fuera. Días en los que a uno solo le apetece rendirse, porque ha
entendido, por fin, que la vida le ha vencido. Días en los que le embargan dos
sentimientos contradictorios. Por un lado, la tristeza ante el final de un
ciclo. Por otro, ese gusanillo que no para de moverse por el estómago, nervioso
y expectante ante lo que está por venir. Hay días de esos en los que uno siente
que tiene que marcharse antes de que se aproxime el final y lo haga cargado de
sinrazones. Sí. Hoy es uno de esos días en los que todo huele a despedida. Aunque
quizás, a fin de cuentas, solo sea que el estrés se está apoderando de su existencia.
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