miércoles, 22 de febrero de 2012

TUVE QUE IRME

Tuve que irme. Para que no te ahogaras con mi presencia, tuve que irme. No cabía otra cosa que marcharme. Se me hacía insoportable estar a tu lado y saber que no íbamos a volver a rozarnos ni aunque viajáramos en un autobús atestado. Coincidir cara a cara en el ascensor a distancia de beso y no poder ni mirarnos a los ojos.



Tuve que irme. Para que pudieras volver a ser tú, tuve que irme. Apagar nuestro incendio poniendo océanos de hielo en el pasillo que separaba tu corazón de mi puerta para que no pudiéramos atravesarlo ninguno de los dos y quedáramos aislados donde seguimos estando hoy.



Me pregunto si en los brazos que hoy te rodean estás cómoda o quieres salir huyendo hacia los míos; si te acogen como lo hacía yo o te sientes prisionera cuando te abrazan. No puedo dejar de preguntarme si donde hoy estás es de día o hace frío; si la noche lo inunda todo o las horas pasan rápido; si por fin duermes en paz o he vuelto a aparecer en tus sueños; si, al no estar yo, se ha acabado tu invierno para siempre y todos tus días son perfectas noches de sábado…



***



Recuerdo tu frase de despedida. No hay día que no me acuerde de ella al despertar estos días en los que este cierzo helador me ha robado todo menos tu recuerdo:



“¿Tú crees que la vida nos devolverá alguna vez esta primavera que creíamos eterna y que nos está arrebatando?”


No hay comentarios:

Publicar un comentario