No se muere de amor. Lo sé. Se muere de desamor. Y yo estoy dando mis últimos estertores.
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Nunca me he comportado como el perro del hortelano. Me basta una ligera señal para hacerme a un lado y desaparecer. Los que me conocen saben que unas veces lo he hecho de manera gradual. Otras, como ésta, como tantas otras, abruptamente.
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Lo que escribo no tiene, necesariamente, que ser fiel reflejo de lo que siento en el momento de escribirlo.
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