domingo, 4 de septiembre de 2011

ANA, (1988), SIEMPRE

Vuelvo a ti otra vez, cuando todo es oscuridad en mi vida, cuando no tengo fuerzas para seguir, cuando no sé por dónde continuar.

Vuelvo a ti, como ayer, como volveré mañana, cuando todas las puertas están cerradas, cuando todos los caminos están cortados.

Vuelvo a ti en busca de un abrazo salvador, cuando todas las heridas se han vuelto a abrir, cuando parece que ya no hay remedio para mí.

Y tú, me recibes con una sonrisa, me insuflas energía para continuar, me muestras nuevas rutas. Con tus besos cauterizas mis heridas, con tus manos arrancas delicadamente todas los alfileres clavados en mi alma y en mi corazón y, apoyando mi cabeza en tu regazo, susurras todo aquello que sabes que me gustaría oir de otros labios.

Al amanecer, una vez reconfortado por tus cuidados, recuerdo que al conocernos nos prometimos no cometer el error de enamorarnos, pero no puedo dejar de pensar qué hubiera sido de nosotros si hubiéramos roto la promesa. Quizá yo no sería este monstruo tantas veces reconstruido. Quizá tú no serías feliz. Quizá no nos hubiéramos vuelto a ver. Quizá no seríamos sólo refugio para el otro.

Antes de despedirnos, salgo de tu casa deseando que ojalá me llegue el dolor cuanto antes y, entre dientes, aunque es algo que sé que nunca te ha gustado que hiciera, mascullo por enésima vez mi agradecimiento. Nunca seré capaz de decirte el bien que me has hecho siempre y que me sigues haciendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario